jueves, 17 de abril de 2008

INCIENSO

Otra vez me hacía el dormido; lo siento. Me gusta andar jugando con Morfeo mientras te intuyo en las tardes o en las noches de Sevilla. Sus amaneceres hacen que me estremezca cuando escucho, entremezclados con un Resucitó, las voces familiares de los gorriones de cualquiera de sus plazas. Esas voces me transportan a nuestra puerta de La Consolada, en cualquier amanecer morado de esos tantos en los que hemos estado juntos: yo dejándome a tus devaneos y tú acariciando mis sentidos.

Cuántas veces te has cambiado de vestido. Miles. Te vistes de dorado, de morado, de cardenal, de negro, de verde, pero siempre estás en mí como la primera vez que nos amamos: virginal, desnuda. Hace un mes que te marchaste y ya te echo de menos.

Te acuerdas de las tardes de jueves, aquellas curtidas de sol en la calle Nueva. Me gustaba pasearte, acera arriba acera abajo, para que lo inundaras todo con tu perpetua presencia; siempre has sabido darle color al oscuro hábito que visto cuando se que nos queda poco tiempo juntos.

Tú no lo sabes pero te lo digo ahora, reclamando esos momentos en los que lo pude decir en tu presencia: te has anclado a mi alma y mi espíritu intuye tu presencia. Te lo digo por esas tardes en las que te abandonaba, esas que te pasabas las horas buscándome y al final me encontrabas en alguna taberna, bebiendo con mis amigos. Mucho antes de que me encontraras ya sabía que venías a mi encuentro, preparándome para saber qué decirte y qué absurda excusa poner a mis ausencias. Tú sabes que siempre he salido a tu encuentro.

Ahora no puedo saber si marchaste lejos o si volveré a sentirte pronto. Te marchaste y me dejaste sin una dirección a la que acudir y un número al que llamar. Me has dejado tan lleno de recuerdos: nunca olvidaré aquella noche en la que profanamos aquel templo de aquel barrio de aquella ciudad tan nuestra; cuando me desnudé sobre aquel banco para sentir tu desnudez en mi alma. Poco nos importó que un hombre sentenciado a muerte nos condenara a nuestro eterno amor con su cómplice mirada. Si alguna vez he profanado a Dios fue aquella noche; y tú lo sabes porque fuiste mi amante. Te echo mucho de menos.

Lebonah, así te llamaron pero nunca te conocería por esas letras, te estaré esperando en la lonja de San Isidoro cuando con tu belleza me transportas al paraíso. Pero te ansío en mis vísperas, en la Úbeda de las vísperas, cuando coqueteas conmigo para luego entregarte sin miramientos en la semana de nuestro cíclico amor. Trae contigo tu aroma de Oriente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que don de palabra tienes,eres un fenómeno,todo el dia con tu camarilla encima haciendo fotos a to lo que se menea, el presi a salido muy favorecido con lo que es la realidad es broma.Es la primera vez que me meto en tú blog y me ha encantado.Que sigas así de persistente y que ¡VIVA LA VIRGEN DE GRACIA!.Un abrazo.